Comentario
Desde su separación del reino aragonés, los monarcas navarros se mueven en una línea de equilibrio entre sus poderosos vecinos castellanos y catalano-aragoneses con los que colaboran militar (participación en la campaña de Las Navas de Tolosa de tropas navarras) y económicamente (concesión de préstamos a Pedro el Católico de Aragón), lo que no impide que Alfonso VIII ocupe Álava y Guipúzcoa y corte la posibilidad de expansión hacia el Sur de Navarra, cuyo rey Sancho VII acentuará las relaciones con el Norte, donde consiguió que le rindieran vasallaje los señores de Tartaix, Agramunt y Ostabat y donde buscó una salida marítima mediante acuerdos con los burgueses de Bayona. Frente a Castilla, Sancho VII se apoyó en Aragón con cuyo rey Jaime I firmó un pacto de filiación mutua según el cual el monarca superviviente heredaría los dominios del que primero falleciera (1231); el cumplimiento del pacto equivalía a unir de nuevo Navarra y Aragón más Cataluña, pero la unión no interesaba a los nobles de Navarra que, al morir Sancho, ofrecieron el trono a Teobaldo de Champaña (1234), sobrino de Sancho VII, después de hacerle jurar los fueros de Navarra y de comprometerse a reparar los agravios hechos por Sancho a barones y nobles, que son los que rechazan a Jaime I, quizá porque unos años antes el rey aragonés se había opuesto a privilegios de los nobles aragoneses similares a los de los navarros; por otro lado, Jaime era un rey impuesto por Sancho VII y los nobles prefirieron elegir ellos mismos y pedir al nuevo rey, que les debía el nombramiento, la confirmación de los derechos tradicionales de la nobleza navarra. El predominio de los consejeros procedentes de Champaña y el incumplimiento de los fueros provocaron un levantamiento nobiliario contra el rey, que se vio obligado a solicitar el apoyo de Roma: en 1235 Teobaldo se comprometió a intervenir en la Cruzada y para facilitar la realización del voto, Gregorio IX ordenó que se disolvieran las juntas y hermandades de nobles que impedían al rey partir hacia Jerusalén, ya que no era posible abandonar el reino mientras persistiera la revuelta nobiliaria. La excomunión dictada contra los rebeldes fue insuficiente y Teobaldo tuvo que pactar, que nombrar una comisión encargada de decidir cuáles eran las obligaciones del rey para con los súbditos y las de éstos hacia el monarca. Esta comisión, presidida por Teobaldo y por el obispo de Pamplona e integrada por diez ricoshombres, veinte caballeros y diez eclesiásticos, redactó el Fuero Antiguo de Navarro, que regulaba los derechos de los nobles sobre los honores y, además, limitaba la autoridad monárquica. En el prólogo de este Fuero, los nobles dieron su propia versión de la reconquista y de la creación de la monarquía en los reinos peninsulares: tras la desaparición del último rey godo, los caballeros continuaron combatiendo a los musulmanes, y peleando entre ellos por el reparto del botín; para poner fin a las disputas acordaron elegir como rey a uno de entre ellos, que estaría sometido a normas de conducta previamente fijadas. Con esta declaración los comisionados situaban a la comunidad por encima del monarca, cuyo derecho no derivaba de Dios, como en la monarquía francesa con la que se relacionaba Teobaldo, sino de la comunidad, de sus electores. Las obligaciones aceptadas por el elegido antes de ser proclamado rey se concretan en el mantenimiento del derecho tradicional, en la corrección de las violencias y agravios cometidos por sus antecesores, en el compromiso de repartir los bienes de cada tierra entre los barones, hidalgos, clérigos y hombres de las villas, de no conceder más de cinco cargos en cada bailía a extranjeros y de no declarar la guerra, paz o tregua ni administrar la alta justicia sin el consejo de los ricoshombres. Tras aceptar los acuerdos de 1238, Teobaldo pudo participar en la Cruzada al frente de un nutrido grupo de nobles franceses, que fracasaron ante Gaza. Vuelto a Europa, el monarca continuó la política de atracción de los señores pirenaicos y logró el vasallaje de los vizcondes de Soule y de Tartaix. En los últimos años de su reinado -murió en 1253- tuvo que hacer frente al obispo de Pamplona, que llegó a dictar el entredicho sobre el reino para recuperar los bienes y las atribuciones de la Iglesia. Al iniciar su reinado (1253) Teobaldo II prestó el juramento exigido por los ricoshombres, caballeros, infanzones y representantes de las villas y se comprometió a aceptar hasta su mayoría de edad la tutela de una persona elegida por la comunidad y asesorada por doce consejeros; se comprometió igualmente a mantener estable la moneda durante doce años. La sumisión de los monarcas navarros se contrarresta mediante la introducción de prácticas jurídicas y de consejeros franceses que practicaron en Navarra los consejos dados por Jaime I a Alfonso X: entendimiento con el poder eclesiástico, del que consiguieron la unción regia, símbolo de que el poder venía de Dios y no de la comunidad. Estrechamente vinculado al pontificado, Teobaldo consiguió de Roma una bula de disolución de las juntas y hermandades (1264) y junto a san Luis de Francia participó en la cruzada contra Túnez, en la que halló la muerte en 1270. El sucesor designado por los navarros fue Enrique I, hermano de Teobaldo, durante cuyo breve reinado (1270-1274) castellanos, aragoneses y franceses intentan crear en Navarra un partido favorable a sus intereses. La guerra civil entre los distintos grupos se inicia en 1274, al morir Enrique. En nombre de Jaime I fue su hijo Pedro el encargado de exponer los derechos aragoneses, que se basaban en la unión navarroaragonesa de los tiempos de Sancho el Mayor de Navarra, y en los acuerdos firmados por Sancho VII. Jaime I se mostró dispuesto a mantener las libertades y fueros del reino y a preservar la independencia de Navarra, para lo que se comprometió a que no coincidieran en la misma persona el título de rey de Aragón y de Navarra: mientras Jaime sería rey de Aragón, su hijo Pedro -que casaría con la heredera- lo sería de Navarra y cuando éste accediera al trono aragonés, Navarra sería regida por el primogénito del monarca navarroaragonés. Disposiciones parecidas fueron adoptadas por Alfonso X de Castilla, que renunció a los derechos sobre Navarra en favor de su hijo Fernando, y por Felipe III de Francia que cedió sus posibles derechos en la persona de su hijo Felipe IV, casado finalmente con Juana de Navarra. El matrimonio no puso fin a la presión de Alfonso X, cuyos partidarios explotaron hábilmente las diferencias entre los navarros y los francos de Pamplona: al lado de los primeros combatió la mayor parte de la nobleza; junto a los segundos, el senescal enviado por Felipe III, que se vio obligado a solicitar un poderoso ejército para someter a los rebeldes y recuperar militarmente el reino. En adelante, Felipe III hará caso omiso de los fueros y gobernará con entera libertad, a pesar de la oposición de la hermandad de las villas y de la junta de hidalgos.